“Cuentos de la selva” de Horacio Quiroga – Vol 1: Nivel avanzado
Serie Aprendé con Español Castellano

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Índice
Introducción
Cuento 1: “La tortuga gigante”
Ejercicios para el cuento 1: «La tortuga gigante»
Cuento 2: “Las medias de los flamencos”
Ejercicios para el cuento 2: “Las medias de los flamencos”
Cuento 3: “El loro pelado”
Ejercicios para el cuento 3: “El loro pelado”
Introducción
“Cuentos de la selva” es una obra clásica y fundamental de la literatura latinoamericana, que llevó a su autor, el uruguayo Horacio Quiroga, a ser reconocido mundialmente.
Situadas en la selva misionera argentina de principios del siglo XX, cada historia nos abre un mundo desconocido y por momentos fantástico en donde animales salvajes y humanos interactúan con total normalidad. Si bien fueron pensados por el autor para un público infantil, rápidamente un adulto puede percibir la profundidad y la riqueza que esconden cada una de las enseñanzas que transmiten.
Como el resto de los libros que componen la serie “Aprendé con Español Castellano”, a esta obra de dominio público se la trabajó de modo tal que pueda ser utilizada tanto por el lector tradicional como por alumnos del idioma español (en su variante de acento rioplatense).
Este volumen específicamente está destinado a estudiantes avanzados y contiene aportes adicionales a la obra original: preguntas de comprensión lectora cuidadosamente seleccionadas, reflexiones y actividades creativas.
Para una mejor disposición editorial, el libro original fue dividido en tres volúmenes. En el presente se incluyen los siguientes tres cuentos: “La tortuga gigante”, “Las medias de los flamencos” y “El loro pelado”.
¿Quiénes somos? Español Castellano es una plataforma educativa creada por un periodista profesional pensada para aportar materiales originales al estudio del español para hablantes extranjeros pero siempre enfocado en la promoción y la producción de materiales en acento argentino y la difusión de la cultura del país.
En la serie “Aprendé con Español Castellano” todos los libros cuentan con su versión en e-book y audiolibro, son muy económicos, y están escritos y narrados de forma clara, para facilitar tu comprensión. Si todavía no nos conocés, te invito a que nos escuches, veas todos nuestros productos y aprendas con nosotros con nuestro podcast y plataforma web www.espanolcastellano.com
Cuento 1: “La tortuga gigante”
Había una vez un hombre que vivía en Buenos Aires, y estaba muy contento porque era un hombre sano y trabajador. Pero un día se enfermó, y los médicos le dijeron que solamente yéndose al campo podría curarse. El no quería ir, porque tenía hermanos chicos a quienes daba de comer; y se enfermaba cada día más. Hasta que un amigo suyo, que era director del Zoológico, le dijo un día:
—Usted es amigo mío, y es un hombre bueno y trabajador. Por eso quiero que se vaya a vivir al monte, a hacer mucho ejercicio al aire libre para curarse. Y como usted tiene mucha puntería con la escopeta, cace bichos del monte para traerme los cueros, y yo le daré plata adelantada para que sus hermanitos puedan comer bien.
El hombre enfermo aceptó, y se fué a vivir al monte, lejos, más lejos que Misiones todavía. Hacía allá mucho calor, y eso le hacía bien.
Vivía solo en el bosque, y él mismo se cocinaba. Comía pájaros y bichos del monte, que cazaba con la escopeta, y después comía frutas. Dormía bajo los árboles, y cuando hacía mal tiempo construía en cinco minutos una ramada con hojas de palmera, y allí pasaba sentado y fumando, muy contento en medio del bosque que bramaba con el viento y la lluvia.
Había hecho un atado con los cueros de los animales, y lo llevaba al hombro. Había también agarrado vivas muchas víboras venenosas, y las llevaba dentro de un gran mate, porque allá hay mates tan grandes como una lata de kerosene.
El hombre tenía otra vez buen color, estaba fuerte y tenía apetito. Precisamente un día que tenía mucha hambre, porque hacía dos días que no cazaba nada, vió a la orilla de una gran laguna un tigre enorme que quería comer a una tortuga, y la ponía parada de canto para meter dentro una pata y sacar la carne con las uñas. Al ver al hombre, el tigre lanzó un rugido espantoso y se lanzó de un salto sobre él. Pero el cazador, que tenía una gran puntería, le apuntó entre los dos ojos, y le rompió la cabeza. Después le sacó el cuero, tan grande que él solo podía servir de alfombra para un cuarto.
—Ahora —se dijo el hombre,— voy a comer tortuga, que es una carne muy rica.
Pero cuando se acercó a la tortuga, vió que estaba ya herida, y tenía la cabeza casi separada del cuello, y la cabeza colgaba casi de dos o tres hilos de carne.
A pesar del hambre que sentía, el hombre tuvo lástima de la pobre tortuga, y la llevó arrastrando con una soga hasta su ramada y le vendó la cabeza con tiras de género que sacó de su camisa, porque no tenía más que una sola camisa, y no tenía trapos. La había llevado arrastrando porque la tortuga era inmensa, tan alta como una silla, y pesaba como un hombre.
La tortuga quedó arrimada a un rincón, y allí pasó días y días sin moverse.
El hombre la curaba todos los días, y después le daba golpecitos con la mano sobre el lomo.
La tortuga sanó por fin. Pero entonces fué el hombre quien se enfermó. Tuvo fiebre, y le dolía todo el cuerpo.
Después no pudo levantarse más. La fiebre aumentaba siempre, y la garganta le quemaba de tanta sed. El hombre comprendió entonces que estaba gravemente enfermó, y habló en voz alta, aunque estaba solo, porque tenía mucha fiebre.
—Voy a morir —dijo el hombre—. Estoy solo, ya no puedo levantarme más, y no tengo quien me dé agua, siquiera. Voy a morir aquí de hambre y de sed.
Y al poco rato la fiebre subió más aún, y perdió el conocimiento.
Pero la tortuga lo había oído, y entendió lo que el cazador decía. Y ella pensó entonces:
—El hombre no me comió la otra vez, aunque tenía mucha hambre, y me curó. Yo lo voy a curar a él ahora.
Fué entonces a la laguna, buscó una cáscara de tortuga chiquita, y después de limpiarla bien con arena y ceniza la llenó de agua y le dió de beber al hombre, que estaba tendido sobre su manta y se moría de sed. Se puso a buscar enseguida raíces ricas y yuyitos tiernos, que le llevó al hombre para que comiera. El hombre comía sin darse cuenta de quién le daba la comida, porque tenía delirio con la fiebre y no conocía a nadie.
Todas las mañanas, la tortuga recorría el monte buscando raíces cada vez más ricas para darle al hombre, y sentía no poder subirse a los árboles para llevarle frutas.
El cazador comió así días y días sin saber quién le daba la comida, y un día recobró el conocimiento. Miró a todos lados, y vió que estaba solo, pues allí no había más que él y la tortuga, que era un animal. Y dijo otra vez en voz alta:
—Estoy solo en el bosque, la fiebre va a volver de nuevo, y voy a morir aquí, porque solamente en Buenos Aires hay remedios para curarme. Pero nunca podré ir, y voy a morir aquí.
Y como él lo había dicho, la fiebre volvió esa tarde, más fuerte que antes, y perdió de nuevo el conocimiento.
Pero también esta vez la tortuga lo había oído, y se dijo:
—Si queda aquí en el monte se va a morir, porque no hay remedios, y tengo que llevarlo a Buenos Aires.
Dicho esto, cortó enredaderas finas y fuertes, que son como piolas, acostó con mucho cuidado al hombre encima de su lomo, y lo sujetó bien con las enredaderas para que no se cayese. Hizo muchas pruebas para acomodar bien la escopeta, los cueros y el mate con víboras, y al fin consiguió lo que quería, sin molestar al cazador, y emprendió entonces el viaje.
La tortuga, cargada así, caminó, caminó y caminó de día y de noche. Atravesó montes, campos, cruzó a nado ríos de una legua de ancho, y atravesó pantanos en que quedaba casi enterrada, siempre con el hombre moribundo encima. Después de ocho o diez horas de caminar se detenía, deshacía los nudos, y acostaba al hombre con mucho cuidado, en un lugar donde hubiera pasto bien seco.
Iba entonces a buscar agua y raíces tiernas, y le daba al hombre enfermo. Ella comía también, aunque estaba tan cansada que prefería dormir.
A veces tenía que caminar al sol; y como era verano, el cazador tenía tanta fiebre que deliraba y se moría de sed. Gritaba: ¡agua! ¡agua!, a cada rato. Y cada vez la tortuga tenía que darle de beber.
Así anduvo días y días, semana tras semana. Cada vez estaban más cerca de Buenos Aires, pero también cada día la tortuga se iba debilitando, cada día tenía menos fuerzas, aunque ella no se quejaba. A veces quedaba tendida, completamente sin fuerzas, y el hombre recobraba a medias el conocimiento. Y decía, en voz alta:
—Voy a morir, estoy cada vez más enfermo, y sólo en Buenos Aires me podría curar. Pero voy a morir aquí, solo en el monte.
El creía que estaba siempre en la ramada, por que no se daba cuenta de nada. La tortuga se levantaba entonces, y emprendía de nuevo el camino.
Pero llegó un día, un atardecer, en que la pobre tortuga no pudo más. Había llegado al límite de sus fuerzas, y no podía más. No había comido desde hacía una semana para llegar más pronto. No tenía más fuerza para nada.
Cuando cayó del todo la noche, vió una luz lejana en el horizonte, un resplandor que iluminaba el cielo, y no supo qué era. Se sentía cada vez más débil, y cerró entonces los ojos para morir junto con el cazador, pensando con tristeza que no había podido salvar al hombre que había sido bueno con ella.
Y sin embargo, estaba ya en Buenos Aires, y ella no lo sabía. Aquella luz que veía en el cielo era el resplandor de la ciudad, e iba a morir cuando estaba ya al fin de su heroico viaje.
Pero un ratón de la ciudad —posiblemente el ratoncito Pérez— encontró a los dos viajeros moribundos.
—¡Qué tortuga! —dijo el ratón.— Nunca he visto una tortuga tan grande. ¿Y eso que llevas en el lomo, qué es? ¿Es leña?
—No —le respondió con tristeza la tortuga—. Es un hombre.
—¿Y adónde vas con ese hombre? —añadió el curioso ratón.
—Voy… voy… quería ir a Buenos Aires —respondió la pobre tortuga en una voz tan baja que apenas se oía.— Pero vamos a morir aquí, porque nunca llegaré…
—¡Ah, zonza, zonza! —dijo riendo el ratoncito—. ¡Nunca vi una tortuga más zonza! ¡Si ya has llegado a Buenos Aires! Esa luz que ves allá, es Buenos Aires.
Al oir esto, la tortuga se sintió con una fuerza inmensa porque aún tenía tiempo de salvar al cazador, y emprendió la marcha.
Y cuando era de madrugada todavía, el director del Jardín Zoológico vió llegar a una tortuga embarrada y sumamente flaca, que traía acostado en su lomo y atado con enredaderas, para que no se cayera, a un hombre que se estaba muriendo. El director reconoció a su amigo, y él mismo fué corriendo a buscar remedios, con los que el cazador se curó en seguida.
Cuando el cazador supo cómo lo había salvado la tortuga, cómo había hecho un viaje de trescientas leguas para que tomara remedios, no quiso separarse más de ella. Y como él no podía tenerla en su casa, que era muy chica, el director del Zoológico se comprometió a tenerla en el jardín, y a cuidarla como si fuera su propia hija.
Y así pasó. La tortuga, feliz y contenta con el cariño que le tienen, pasea por todo el jardín, y es la misma gran tortuga que vemos todos los días comiendo el pastito alrededor de las jaulas de los monos.
El cazador la va a ver todas las tardes y ella conoce de lejos a su amigo, por los pasos. Pasan un par de horas juntos, y ella no quiere nunca que él se vaya sin que le dé antes una palmadita de cariño en el lomo.
Ejercicios para el cuento 1: «La tortuga gigante»
Comprensión lectora:
¿Dónde vivía el hombre al principio de la historia?
¿Por qué el hombre se enfermó la primera vez?
¿Qué le ofreció el director del Zoológico al hombre para ayudarlo a curarse?
¿Cómo era el lugar donde el hombre fue a vivir?
¿Cómo cazaba el hombre para comer?
¿Qué animal salvaje atacó al hombre y cómo lo salvó?
¿Cómo se sintió el hombre al ver a la tortuga herida?
¿Cómo cuidó el hombre a la tortuga?
¿Qué le pasó al hombre después de curar a la tortuga?
¿Cómo la tortuga consiguió agua y comida para el hombre enfermo?
¿Cómo supo la tortuga que estaba cerca de Buenos Aires?
¿Quién encontró a la tortuga y al hombre moribundos?
¿Cómo ayudó el ratón a la tortuga y al hombre?
¿Qué le pasó al hombre cuando llegó a Buenos Aires?
¿Qué decidió hacer el hombre con la tortuga después de que ella lo salvó?
Vocabulario:
Buscá el significado de las siguientes palabras:
. Moribundo
. Ramadas
. Cabeza
. Zonza
. Arrastrando
. Delirios
. Piolas
. Legua
. Puntería
. Heroico
. Yuyitos
Completá las siguientes oraciones con las palabras del vocabulario:
El cazador tenía una gran __________ con la escopeta.
El hombre construyó una __________ para protegerse del sol.
El tigre quería comer a la tortuga, pero el cazador le disparó en la __________.
La tortuga llevó al hombre __________ hasta su ramada.
El hombre sufría __________ debido a la fiebre.
La tortuga buscaba __________ tiernos para alimentar al hombre.
El hombre ató al cazador a su lomo con __________ fuertes.
La tortuga cruzó a nado ríos de una __________ de ancho.
El hombre estaba __________ cuando la tortuga lo encontró.
La tortuga realizó un viaje __________ para salvar al hombre.
El ratón pensó que la tortuga era una __________ porque no sabía que estaba en Buenos Aires.
Reflexión:
¿Qué nos enseña esta historia sobre la importancia de la amistad y la solidaridad?
¿Cómo se demuestra el valor y la bondad en las acciones de la tortuga?
¿Qué podemos aprender del comportamiento del cazador hacia la tortuga?
¿Qué mensaje final crees que transmite el cuento?
Creatividad:
. Escribí un nuevo final para la historia.
. Creá un diálogo entre la tortuga y el hombre después de que este se haya curado.
. Imaginá y dibujá cómo sería la vida de la tortuga en el Zoológico.
. Escribí una carta desde la perspectiva de la tortuga al hombre, agradeciéndole por su ayuda y contándole cómo se siente en el Zoológico.
. Inventá una nueva aventura para la tortuga y el hombre.
Cuento 2: “Las medias de los flamencos”
Cierta vez las víboras dieron un gran baile. Invitaron a las ranas y los sapos, a los flamencos, y a los yacarés y los pescados. Los pescados, como no caminan, no pudieron bailar; pero siendo el baile a la orilla del río, los pescados estaban asomados a la arena, y aplaudían con la cola.
Los yacarés, para adornarse bien, se habían puesto en el pescuezo un collar de bananas, y fumaban cigarros paraguayos. Los sapos se habían pegado escamas de pescado en todo el cuerpo, y caminaban meneándose, como si nadaran. Y cada vez que pasaban muy serios por la orilla del río, los pescados les gritaban haciéndoles burla.
Las ranas se habían perfumado todo el cuerpo, y caminaban en dos pies. Además, cada una llevaba colgando como un farolito, una luciérnaga que se balanceaba.
Pero las que estaban hermosísimas eran las víboras. Todas, sin excepción, estaban vestidas con traje de bailarina, del mismo color de cada víbora. Las víboras coloradas llevaban una pollerita de tul colorado; las verdes, una de tul verde; las amarillas, otra de tul amarillo; y las yararás, una pollerita de tul gris pintada con rayas de polvo de ladrillo y ceniza, porque así es el color de las yararás.
Y las más espléndidas de todas eran las víboras de coral, que estaban vestidas con larguísimas gasas rojas, blancas y negras, y bailaban como serpentinas. Cuando las víboras danzaban y daban vueltas apoyadas en la punta de la cola, todos los invitados aplaudían como locos.
Sólo los flamencos, que entonces tenían las patas blancas, y tienen ahora como antes la nariz muy gruesa y torcida, sólo los flamencos estaban tristes, porque como tienen muy poca inteligencia, no habían sabido cómo adornarse. Envidiaban el traje de todos, y sobre todo el de las víboras de coral. Cada vez que una víbora pasaba por delante de ellos, coqueteando y haciendo ondular las gasas de serpentina, los flamencos se morían de envidia.
Un flamenco dijo entonces:
—Yo sé lo que vamos a hacer. Vamos a ponernos medias coloradas, blancas y negras, y las víboras de coral se van a enamorar de nosotros.
Y levantando todos juntos el vuelo, cruzaron el río y fueron a golpear en un almacén del pueblo.
—¡Tán-tán!— pegaron con las patas.
—¿Quién es?— respondió el almacenero.
—-Somos los flamencos. ¿Tiene medias coloradas, blancas y negras?
—No, no hay— contestó el almacenero.
—¿Están locos? En ninguna parte van a encontrar medias así.
Los flamencos fueron entonces a otro almacén.
—¡Tán – tán!— ¿Tiene medias coloradas, blancas y negras?
El almacenero contestó:
—¿Cómo dice? ¿Coloradas, blancas y negras? No hay medias así en ninguna parte. Ustedes están locos–. ¿Quiénes son?
—Somos los flamencos— respondieron ellos.
Y el hombre dijo:
—Entonces son con seguridad flamencos locos.
Fueron entonces a otro almacén.
—¡Tán – tán!— ¿Tiene medias coloradas, blancas y negras?
El almacenero gritó:
—¿De qué color? ¿Coloradas, blancas y negras? Solamente a pájaros narigudos como ustedes se les ocurre pedir medias así. ¡Váyanse en seguida!
Y el hombre los echó con la escoba.
Los flamencos recorrieron así todos los almacenes, y de todas partes los echaban por locos.
Entonces un tatú que había ido a tomar agua al río, se quiso burlar de los flamencos y les dijo, haciéndoles un gran saludo:
—¡Buenas noches, señores flamencos! Yo sé lo que ustedes buscan. No van a encontrar medias así en ningún almacén. Tal vez haya en Buenos Aires, pero tendrán que pedirlas por encomienda postal. Mi cuñada, la lechuza, tiene medias así. Pídanselas, y ella les va a dar las medias coloradas, blancas y negras.
Los flamencos le dieron las gracias, y se fueron volando a la cueva de la lechuza. Y le dijeron:
—¡Buenas noches, lechuza! Venimos a pedirte las medias coloradas, blancas y negras. Hoy es el gran baile de las víboras, y si nos ponemos esas medias, las víboras de coral se van a enamorar de nosotros.
—-¡Con mucho gusto! — respondió la lechuza. — Esperen un segundo, y vuelvo enseguida.
Y echando a volar, dejó solos a los flamencos; y al rato volvió con las medias. Pero no eran medias, sino cueros de víboras de coral, lindísimos cueros recién sacados a las víboras que la lechuza había cazado.
—Aquí están las medias— les dijo la lechuza. —No se preocupen de nada, sino de una sola cosa: bailen toda la noche, bailen sin parar un momento, bailen de costado, de pico, de cabeza, como ustedes quieran; pero no paren un momento, porque en vez de bailar van entonces a llorar.
Pero los flamencos, como son tan tontos, no comprendían bien qué gran peligro había para ellos en eso, y locos de alegría se pusieron los cueros de las víboras de coral como medias, metiendo las patas dentro de los cueros que eran como tubos. Y muy contentos se fueron volando al baile.
Cuando vieron a los flamencos con sus hermosísimas medias, todos les tuvieron envidia. Las víboras querían bailar con ellos únicamente, y como los flamencos no dejaban un instante de mover las patas, las víboras no podían ver bien de qué estaban hechas aquellas preciosas medias.
Pero poco a poco, sin embargo, las víboras comenzaron a desconfiar. Cuando los flamencos pasaban bailando al lado de ellas, se agachaban hasta el suelo para ver bien.
Las víboras de coral, sobre todo, estaban muy inquietas. No apartaban la vista de las medias, y se agachaban también, tratando de tocar con la lengua las patas de los flamencos, porque la lengua de las víboras es como la mano de las personas. Pero los flamencos bailaban y bailaban sin cesar, aunque estaban cansadísimos y ya no podían más.
Las víboras de coral, que conocieron esto, pidieron enseguida a las ranas sus farolitos, que eran bichitos de luz, y esperaron todas juntas a que los flamencos se cayeran de cansados.
Efectivamente, un minuto después un flamenco, que ya no podía más, tropezó con el cigarro de un yacaré, se tambaleó y cayó de costado. En seguida las víboras de coral corrieron con sus farolitos, y alumbraron bien las patas del flamenco. Y vieron qué eran aquellas medias, y lanzaron un silbido que se oyó desde la otra orilla del Paraná.
—¡No son medias!— gritaron las víboras. —¡Sabemos lo que es! ¡Nos han engañado! Los flamencos han matado a nuestras hermanas y se han puesto sus cueros como medias! ¡Las medias que tienen son de víboras de coral!
Al oír esto, los flamencos, llenos de miedo porque estaban descubiertos, quisieron volar; pero estaban tan cansados que no pudieron levantar una sola ala. Entonces las víboras de coral se lanzaron sobre ellos, y enroscándose en sus patas les deshicieron a mordiscones las medias. Les arrancaban las medias a pedazos, enfurecidas, y les mordían también las patas, para que murieran.
Los flamencos, locos de dolor, saltaban de un lado para otro, sin que las víboras de coral se desenroscaran de sus patas. Hasta que al fin, viendo que ya no quedaba un solo pedazo de media, las víboras los dejaron libres, cansadas y arreglándose las gasas de su traje de baile.
Además, las víboras de coral estaban seguras de que los flamencos iban a morir, porque la mitad, por lo menos, de las víboras de coral que los habían mordido, eran venenosas.
Pero los flamencos no murieron. Corrieron a echarse al agua, sintiendo un grandísimo dolor. Gritaban de dolor, y sus patas, que eran blancas, estaban entonces coloradas por el veneno de las víboras. Pasaron días y días, y sienmpre sentían terrible ardor en las patas, y las tenían siempre de color de sangre, porque estaban envenenadas.
Hace de esto muchísimo tiempo. Y ahora todavía están los flamencos casi todo el día con sus patas coloradas metidas en el agua, tratando de calmar el ardor que sienten en ellas.
A veces se apartan de la orilla, y dan unos pasos por tierra, para ver cómo se hallan. Pero los dolores del veneno vuelven enseguida, y corren a meterse en el agua. A veces el ardor que sienten es tan grande, que encogen una pata y quedan así horas enteras, porque no pueden estirarla.
Esta es la historia de los flamencos, que antes tenían las patas blancas y ahora las tienen coloradas. Todos los pescados saben por qué es, y se burlan de ellos. Pero los flamencos, mientras se curan en el agua, no piden ocasión de vengarse, comiéndose a cuanto pescadito se acerca demasiado a burlarse de ellos.
Ejercicios para el cuento 2: “Las medias de los flamencos”
Comprensión lectora:
¿Dónde se realizó el baile de las víboras?
¿Cómo se adornaron las víboras para el baile?
¿Por qué los flamencos estaban tristes al principio de la historia?
¿Qué idea tuvieron los flamencos para ser el centro de atención en el baile?
¿A dónde fueron los flamencos para buscar las medias que querían?
¿Qué les dijo la lechuza a los flamencos sobre las medias?
¿Cómo reaccionaron las víboras al ver las medias de los flamencos?
¿Qué planearon las víboras de coral para descubrir la verdad sobre las medias?
¿Qué pasó con los flamencos cuando las víboras descubrieron la verdad?
¿Qué les sucedió a las patas de los flamencos después del ataque?
¿Cómo viven los flamencos en la actualidad debido a las consecuencias del ataque?
¿Qué lección se puede aprender de la historia de los flamencos?
Vocabulario:
Buscá el significado de las siguientes palabras:
. Farolitos
. Ardor
. Tul
. La tierra
. Inquietud
. Almacén
. Deshacer
. Enormes bolsas
. Patitas
. Enroscándose
. Dolor
Completá las siguientes oraciones con las palabras del vocabulario:
Las víboras de coral llevaban una pollerita de ________ del mismo color de cada víbora.
Los flamencos fueron a otro ________.
Un tatú que había ido a tomar agua al río, se quiso ________ de los flamencos.
La lechuza les dio a los flamencos ________ lindísimos.
Los flamencos metieron las patas dentro de los cueros que eran como ________.
Las víboras de coral pidieron enseguida a las ranas sus ________.
Al oír esto, los flamencos, llenos de ________ porque estaban descubiertos, quisieron volar.
Las víboras de coral se lanzaron sobre ellos, y ________ enroscándose en sus patas les deshicieron a mordiscones las medias.
Los flamencos, locos de ________, saltaban de un lado para otro.
Pasaron días y días, y siempre sentían terrible ________ en las patas.
A veces se apartan de la orilla, y dan unos pasos por ________ para ver cómo se hallan.
Reflexión:
¿Qué nos enseña esta historia sobre la importancia de ser honestos y sinceros?
¿Cómo se demuestra la crueldad y el rencor en las acciones de las víboras de coral?
¿Qué podemos aprender del comportamiento de los flamencos, tanto de sus errores como de su capacidad de adaptación?
¿Qué mensaje final crees que transmite el cuento sobre las consecuencias de nuestras acciones?
Creatividad:
. Escribí un nuevo final para la historia, donde los flamencos ahora quieran vengarse de las víboras de coral.
. Creá un diálogo entre un flamenco y una víbora de coral años después del incidente, donde se reflexione sobre lo sucedido.
. Imaginá y dibujá cómo sería la vida de un flamenco que vive con las secuelas del ataque.
. Escribí una carta desde la perspectiva de un flamenco a las víboras de coral, expresando sus sentimientos y pidiéndoles perdón.
. Inventá una nueva historia donde los flamencos y las víboras de coral deban trabajar juntos para lograr un objetivo común.
Cuento 3: “El loro pelado”
Había una vez una bandada de loros que vivían en el monte. De mañana, temprano iban a comer choclos a la chacra, y de tarde comían naranjas. Hacían gran barullo con sus gritos, y tenían siempre un loro de centinela en los árboles más altos, para ver si venía alguien.
Los loros son tan dañinos como la langosta, porque abren los choclos para picotearlos, los cuales después se pudren con la lluvia. Y como al mismo tiempo los loros son ricos para comer guisados, los peones los cazaban a tiros.
Un día, un hombre bajó de un tiro a un loro centinela, el que cayó herido y peleó un buen rato antes de dejarse agarrar. El peón lo llevó a la casa, para los hijos del patrón, y los chicos lo curaron, porque no tenía más que una ala rota. El loro se curó muy bien, y se amansó completamente. Se llamaba Pedrito. Aprendió a dar la pata; le gustaba estar en el hombro de las personas y con el pico les hacía cosquillas en la oreja.
Vivía suelto, y pasaba casi todo el día en los naranjos y eucaliptos del jardín. Le gustaba también burlarse de las gallinas. A las cuatro o cinco de la tarde, que era la hora en que tomaban el té en la casa, el loro entraba también en el comedor, y se subía con el pico y las patas por el mantel, a comer pan mojado en leche. Tenía locura por el té con leche.
Tanto se daba Pedrito con los chicos, y tantas cosas le decían las criaturas, que el loro aprendió a hablar. Decía: “¡buen día, lorito!…” “¡rica, la papa!…” “papa para Pedrito!…” Decía otras cosas más que no se pueden decir, porque los loros, como los chicos, aprenden con gran facilidad malas palabras.
Cuando llovía, Pedrito se encrespaba y se contaba a sí mismo una porción de cosas, muy bajito. Cuando el tiempo se componía, volaba entonces, gritando como un loco.
Era, como se ve, un loro bien feliz, que además de ser libre, como lo desean todos los pájaros, tenía también, como las personas ricas, su «five o clock tea».
Ahora bien, en medio de esta felicidad, sucedió que una tarde de lluvia salió por fin el sol después de cinco días de temporal, y Pedrito se puso a volar gritando:
«¡Qué lindo día, lorito!… rica, papa!… ¡la pata, Pedrito!…» Y volaba lejos, hasta que vió debajo de él, muy abajo, el río Paraná, que parecía una lejana y ancha cinta blanca. Y siguió, siguió volando, hasta que se asentó por fin en un árbol a descansar.
Y he aquí que de pronto vió brillar en el suelo, a través de las ramas, dos luces verdes, como enormes bichos de luz.
¿Qué será? — se dijo el loro. — «¡Rica papa!…» ¿qué será eso?… «¡buen día, Pedrito!…»
El loro hablaba siempre así, como todos los loros, mezclando las palabras sin ton ni son, y a veces costaba entenderlo. Y como era muy curioso, fué bajando de rama en rama, hasta acercarse. Entonces vió que aquellas dos luces verdes eran los ojos de un tigre que estaba agachado, mirándolo fijamente.
Pero Pedrito estaba tan contento con el lindo día, que no tuvo ningún miedo.
—¡Buen día, tigre! — le dijo. — «La pata, Pedrito!…»
Y el tigre, con esa voz terriblemente ronca que tiene, le respondió:
—¡Bu-en día!
—¡Buen día, tigre!—repitió el loro. — «Rica, papa!… ¡rica, papa!… rica, papa!…»
Y decía tantas veces «rica, papa!» porque ya eran las cuatro de la tarde, y tenía muchas ganas de tomar té con leche. El loro se había olvidado de que los bichos del monte no toman té con leche, y por esto lo convidó al tigre.
—¡Rico té con leche! — le dijo. — «¡Buen día, Pedrito!…» ¿Querés tomar té con leche conmigo, amigo tigre?
Pero el tigre se puso furioso porque creyó que el loro se reía de él; y además, como tenía a su vez hambre, se quiso comer al pájaro hablador. Así es que le contestó:
—¡Bue-no! ¡Acercá-te un po-co, que soy sor-do!
El tigre no era sordo; lo que quería era que Pedrito se acercara mucho para agarrarlo de un zarpazo. Pero el loro no pensaba sino en el gusto que tendrían en la casa cuando él se presentara a tomar té con leche con aquel magnífico amigo. Y voló hasta otra rama más cerca del suelo.
—¡Rica papa, en casa! — repitió, gritando cuanto podía.
—¡Más cer-ca! ¡No oi-go! — respondió el tigre con su ronca voz.
El loro se acercó un poco más, y dijo:
—¡Rico, té con leche!
—¡Más cer-ca toda-vía!—repitió el tigre.
El pobre loro se acercó aún más, y en ese momento el tigre dió un terrible salto, tan alto como una casa, y alcanzó con la punta de las uñas a Pedrito. No alcanzó a matarlo, pero le arrancó todas las plumas del lomo, y la cola entera. No le quedó una sola pluma en la cola.
—¡Tomá! — rugió el tigre — Andá a tomar té con leche…
El loro, gritando de dolor y de miedo, se fué volando. Pero no podía volar bien, porque le faltaba la cola, que es como el timón de los pájaros. Volaba cayéndose en el aire de un lado para otro, y todos los pájaros que lo encontraban, se alejaban asustados de aquel bicho raro.
Por fin pudo llegar a la casa, y lo primero que hizo fué mirarse en el espejo de la cocinera. ¡Pobre Pedrito! Era el pájaro más raro y más feo que puede darse, todo pelado, todo rabón, y temblando de frío. ¿Cómo iba a presentarse en el comedor, con esa figura? Voló entonces hasta el hueco que había en el tronco de un eucalipto y que era como una cueva, y se escondió en el fondo, tiritando de frío y de vergüenza.
Pero entretanto, en el comedor todos extrañaban su ausencia.
—¿Dónde estará Pedrito ? — decían. Y llamaban: — ¡Pedrito! ¡Rica papa, Pedrito! ¡Té con leche, Pedrito!
Pero Pedrito no se movía de su cueva, ni respondía nada, mudo y quieto. Lo buscaron por todas partes, pero el loro no apareció. Todos creyeron entonces que Pedrito había muerto, y los chicos se echaron a llorar.
Todas las tardes, a la hora del té, se acordaban siempre del loro, y recordaban también cuánto le gustaba comer pan mojado en té con leche. ¡Pobre Pedrito! Nunca más lo verían porque había muerto.
Pero Pedrito no había muerto, sino que continuaba en su cueva sin dejarse ver por nadie, porque sentía mucha vergüenza de verse pelado como un ratón. De noche bajaba a comer, y subía en seguida. De madrugada descendía de nuevo, muy ligero, e iba a mirarse en el espejo de la cocinera, siempre muy triste porque las plumas tardaban mucho en crecer.
Hasta que por fin un día, o una tarde, la familia, sentada a la mesa a la hora del té, vió entrar a Pedrito muy tranquilo, balanceándose, como si nada hubiera pasado. Todos se querían morir de gusto cuando lo vieron, bien vivo y con lindísimas plumas.
—¡Pedrito, lorito! — le decían — ¡Qué te pasó, Pedrito! ¡Qué plumas brillantes que tiene el lorito!
Pero no sabían que eran plumas nuevas, y Pedrito, muy serio, no decía tampoco una palabra. No hacía sino comer pan mojado en té con leche. Pero lo que es hablar, ni una sola palabra.
Por esto, el dueño de casa se sorprendió mucho cuando a la mañana siguiente el loro fué volando a pararse en su hombro, charlando como un loco. En dos minutos le contó lo que le había pasado: su paseo al Paraguay, su encuentro con el tigre, y lo demás; y concluía cada cuento, cantando: —¡Ni una pluma en la cola de Pedrito! ¡Ni una pluma! ¡ni una pluma!
Y lo invitó a ir a cazar al tigre entre los dos.
El dueño de casa, que precisamente iba en ese momento a comprar una piel de tigre que le hacía falta para la estufa, quedó muy contento de poderla tener gratis. Y volviendo a entrar en la casa para tomar la escopeta, emprendió junto con Pedrito el viaje al Paraguay. Convinieron cuando Pedrito viera al tigre lo distraería charlando, para que el hombre pudiera acercarse despacito con la escopeta.
Y así pasó. El loro, sentado en una rama del árbol, charlaba y charlaba, mirando al mismo tiempo a todos lados, para ver si veía al tigre. Por fin sintió un ruido de ramas partidas, y vió de repente debajo del árbol dos luces verdes fijas en él: eran los ojos del tigre.
Entonces el loro se puso a gritar:
—¡Lindo día!… ¡Rica, papa!… ¡Rico té con leche!… ¿Querés té con leche?…
El tigre, enojadísimo al reconocer en que a aquel loro pelado que él creía haber muerto, y que tenía otra vez lindísimas plumas, juró que esa vez no se le escaparía, y de sus ojos brotaron dos rayos de ira cuando respondió con su voz ronca:
—¡Acer-cá-te más! ¡Soy sor-do!
El loro voló a otra rama más próxima, siempre charlando:
—¡Rico, pan con leche!… ESTÁ AL PIE DE ESTE ÁRBOL!…
Al oír estas últimas palabras, el tigre lanzó un rugido y se levantó de un salto.
—¿Con quién estás hablando? — bramó. — ¿A quién le has dicho que estoy al pie de este árbol?
—¡A nadie, a nadie! — gritó el loro. — ¡Buen día, Pedrito!… ¡La pata, lorito!
Y seguía charlando y saltando de rama en rama, y acercándose. Pero él había dicho: “Está al pie del árbol” para avisarle al hombre, que se iba arrimando bien agachado y con la escopeta al hombro.
Y llegó un momento en que el loro no pudo acercarse más, porque sino caía en la boca del tigre, y entonces gritó:
—¡Rica, papa!… ¡ATENCIÓN!
—¡Más cer-ca áún! — rugió el tigre, agachándose para saltar.
—Rico, té con leche!… CUIDADO, VA A SALTAR!
Y el tigre saltó, en efecto. Dió un enorme salto, que el loro evitó lanzándose al mismo tiempo como una flecha al aire. Pero también en ese mismo instante el hombre, que tenía el cañón de la escopeta recostado contra un tronco para hacer bien la puntería, apretó el gatillo, y nueve balines del tamaño de un garbanzo cada uno, entraron como un rayo en el corazón del tigre, que lanzando un bramido que hizo temblar el monte entero, cayó muerto.
Pero el loro, ¡qué gritos de alegría daba! Estaba loco de contento, porque se había vengado — ¡y bien vengado! — del feísimo animal que le había sacado las plumas.
El hombre estaba también muy contento, porque matar a un tigre es cosa difícil, y además tenía la piel para la estufa del comedor.
Cuando llegaron a la casa, todos supieron por qué Pedrito había estado tanto tiempo oculto en el hueco del árbol, y todos lo felicitaron por la hazaña que había hecho.
Vivieron en adelante muy contentos. Pero el loro no se olvidaba de lo que le había hecho el tigre, y todas las tardes, cuando entraba en el comedor para tomar el té, se acercaba siempre a la piel del tigre, tendida delante de la estufa, y lo invitaba a tomar té con leche.
—¡Rica, papa!… — le decía. — ¿Querés té con leche?… ¡La papa para el tigre!…
Y todos se morían de risa. Y Pedrito también.
Ejercicios para el cuento 3: “El loro pelado”
Comprensión lectora:
¿Qué le sucedió a Pedrito cuando llegó a la casa?
¿Cómo reaccionaron los niños ante la aparente muerte de Pedrito?
¿Dónde se escondió Pedrito durante su recuperación?
¿Cómo se escondía Pedrito para comer?
¿Cómo se enteró la familia de que Pedrito estaba vivo?
¿Cómo se comportaba Pedrito después de recuperar sus plumas?
¿Qué le contó Pedrito al dueño de casa sobre su aventura?
¿Qué plan idearon el dueño de casa y Pedrito para cazar al tigre?
¿Cómo distrajo Pedrito al tigre para que el hombre pudiera acercarse?
¿Cómo murió el tigre?
¿Cómo reaccionó Pedrito ante la muerte del tigre?
¿Qué hizo el hombre con la piel del tigre?
¿Cómo celebraba Pedrito su victoria sobre el tigre?
Vocabulario:
Buscá el significado de las siguientes palabras:
. Exhibió
. Refugió
. Invitó
. Estallaron
. graznó
Completá las siguientes oraciones con las palabras del vocabulario:
Pedrito se __________ en el hueco de un eucalipto porque sentía vergüenza de verse pelado.
Los niños __________ de alegría cuando vieron a Pedrito vivo.
El loro __________ como un loco de contento porque se había vengado del tigre.
El hombre __________ la piel del tigre delante de la estufa.
Pedrito __________ al tigre a tomar té con leche todas las tardes.
Reflexión:
¿Qué nos enseña esta historia sobre la importancia de la valentía y la perseverancia?
¿Cómo se demuestra la capacidad de adaptación y supervivencia de Pedrito?
¿Qué similitudes y diferencias puedes encontrar entre Pedrito y otros personajes de cuentos infantiles que conozcas?